Dispuestas alrededor de su propia instalación, donde radica su idea curatorial, Roberto Chile mueve a doce puntuales obras de igual número de artistas de la plástica contemporánea cubana para dejar conformada una muestra muy especial que, esta vez -sin la iconografía martiana ya reconocida en la creatividad de nuestro contexto visual artístico-, rinde tributo al Apóstol Cubano en el Aniversario 155 de su Natalicio, en su Memorial de la Plaza de la Revolución, utilizando la frase construida de un texto suyo para dar título a la exhibición: “Las alas tienen punta, y cuando las tiendo, y rechazadas, vuelven a mí, en mí se clavan”, y de ahí, entonces, ALAS CON PUNTAS.
Por ello, la concepción de la exposición (especie de gran instalación de vídeos, pinturas, esculturas, fotografías, dibujos, grabados, técnicas mixtas y las personales instalaciones) se constituye en dos de los aspectos suficientemente trabajados por Martí en su ideario estético: la cubanía y la universalidad, aquí de estas obras que se irradian –como dije- a partir de un eje principal, la de Roberto Chile –de dimensiones variables, compuesta por monitores, televisores y vídeo monocanal- que nos proyectan sus breves documentales, producidos fundamentalmente entre el 2007 y el presente año, apareciendo también CHOCOLATE PARA LOS QUE SON, conocido ya desde el 2005 y que se “sostiene” a partir de la obra COLUMNA (sucesión elevada de piezas cual juego de dominó de colagrafías al aire), de Eduardo Roca Salazar (Choco), de igual año, presente en la muestra.
Lo que Chile nos deja ver es un derroche de imaginación, de buen gusto, de estupendos manejos de efectos visuales, de una precisa edición en la que nada faltó ni nada sobró, del empleo de una banda sonora, conmovedora y contagiosa, que logra la catarsis para la risa y la ternura, el movimiento del cuerpo o, quizás, para las lágrimas, de poesía y metamorfosis, de síntesis y de ideas que se expanden, ésas que lo convierten en el excelente realizador de videoarte de nuestra plástica que él es.
Aquí también está el homenaje a José Gómez Fresquet, el Frémez aún presente, Premio Nacional de Artes Plásticas 2005, en su MISS LIBERTY –obra digital de 1998- que Chilehace vibrar en cien segundos para LA RUEDA CUADRADA.
Aquí está el SEREMOS COMO EL CHE, de Javier Guerra, para establecer una verdadera poesía de imágenes de extraordinaria fuerza emotiva en el HASTA SIEMPRE, y el CHARLOT, de Dausell Valdés, convertido –gracias al encantamiento del documentalista- en co-protagonista con el genial actor en una de sus cintas silentes, LA QUIMERA DEL ORO, ahora en HELLO CHAPLIN.
Aquí está el Fabelo instalador de cazuelas, jarros, platos, cafeteras y ollas, en su MATAMORFOSIS DE LA ISLA (un mapa cubano de utensilios al piso), que Chile lo descubre –también- como afinado cantante para su corto UNA ISLA Y UN AMOR.
Y, así, aparecen en la muestra las obras de José Rodríguez Fuster, EL BANCO DEL AMOR, que Chile anima con eficacia y maestría en SON DE LA LOMA; el ACIERTO, de José Villa, reconocido pulso escultórico en El Caballero de París, de La Habana Vieja, el Lennon de El Vedado, y el Benny Moré que cobra vida para los casi cuatro minutos de EN CIENFUEGOS ME QUEDE... También, los “artefactos” de Alain Pino y William Pérez, esculturas cinéticas de ingenioso transvanguardismo conceptual, que el videoasta reensambla en post-producción artística para PERIMETRO y PARALELOS, respectivamente; y la técnica mixta UN DIA DESPUES, de Jorge Luis Santos, que se convierte en espectacular acción plástica para el video color, patética cantiga lograda en ARMA DE LUCHA.
Del pictórico PRIMAVERAL, de Jesús Lara, Roberto Chile recrea un bucólico SUI-GENESIS y el PAISAJE, de Alexis Leyva Machado (Kcho), se transforma en VIVE Y DEJA VIVIR, algo así como una intervención pública en rapeado sinfónico, con armonía de cubanís y timbre popular.
En la noche del 29 de enero, el Memorial estaba repleto de amigos que habíamos acudido a la cita...; cuando salí, ví la Plaza vacía, casi apagada, pero que a mí se me antojó –Chile tiene la culpa- llena de miles de cubanos que también aplaudían lo que –apenas unos minutos antes- habíamos hecho en el recinto martiano... Miré –no sé por qué- hacia el Monumento y descubrí a un Martí sonriente y ví –también- que le habían crecido unas alas preciosas, con trece puntas, ésas que se clavaron en nuestros corazones, pues al buen arte habrá siempre que tenerlo ahí, clavado en el mejor lugar para recordarlo toda una vida.