Roberto Chile cita a Martí y junta televisores. Convoca a artistas de gran reconocimiento y a otros que están arribando a la madurez creadora por diversos caminos. El banco del amor se nombra la preciosa instalación de Fúster que uno se tropieza a la izquierda, en el primer contacto con la exposición Alas con puntas. Es un banco hermoso, simpático, entrañable, pero el creador audiviosual no nos incita a sentarnos sino a danzar con las emociones, las sensaciones y el ritmo.
Pantallas de diversas épocas y tamaños nos evocan esa tele que tuvimos en casa o que soñamos espiando la ventana del vecino de los altos. Pocas veces dialogan con tanta coherencia las diversas técnicas y el poderoso mundo de las imágenes. Choco nos presenta una torre de texturas y provoca la elegante tentación de mirar hacia arriba. Frente a sus colores de sangre y ritual, Fabelo nos ubica ante una isla de Cuba vertebrada a partir de viejas cazuelas y cafeteras que envejecieron junto con nuestras abuelas. Pienso en Eliseo Diego, en los extraños pueblos que evocaba. Aquí el artista hermana lo íntimo con lo público, el cacharro arrinconado con el paradigma necesitado de nuevas acechanzas. En las pantallas suena Son de la Loma, a partir de Fúster, chocan las fichas del dominó de Choco y el mismísimo Fabelo entona un bolero.
Breves, hondas, populares y sabias a la vez son estas obras de Roberto Chile. Van más allá de lo publicitario, aunque del ingenio y la gracia de la mejor publicidad se nutren y se desentienden al mismo tiempo. Recreando la obra Primavera, de Jesús Lara, se alcanza tal vez la mayor coherencia entre la obra expuesta y su contrapunto en pantalla. El mundo raigal, mágico, trascendente de Lara fundamenta dos minutos de auténtica poesía, que arranca con la mejor de las canciones: el llanto pequeño y vigoroso de una niña recién nacida. El artista se adentra en una sobria robustez que deja sin espacio la pretensión de que la pintura significa vejez o formalismo. Sus raíces y colores emocionan tanto como la escueta escultura de Villa o la Cuba poética y noblemente reciclada de Fabelo.
Bienvenidas las pantallas múltiples, la música deliciosa y efectiva, la combinación de formas y procedimientos de esta ejemplar exposición. Confieso que me pareció estar dentro de una escenografía teatral y que salí de la fiesta de luces y conceptos amando a los personajes que habitan en las paredes, a nivel del suelo que pisan nuestras urgencias y de esos televisores que nos van acompañando a lo largo de la faena y el amor.